jueves, 13 de febrero de 2014

POEMAS


YESSENIA ESCOBAR ESPITIA

Digna heredera de una tradición irreverente de poetas como Aimé Césaire y  Saint-John Perse, marcada por los fueros de una escritura que lleva el ritmo de su propia sangre,  y por la agobiante soledad de sus vocablos,  Yessenia Escobar  Espitia (Barranquilla, Colombia)  entra al mundo de las letras profetizando una  palabra nueva, un sílaba embriagada con un acento muy personal, exacerbado, melodioso, cargado con los matices de sus ancestros que viajan en sus venas como estrellas luminosas.  Desde su enmarañado universo, nos llegan estos poemas arrancados a sus noches, a  la insaciable curiosidad, a su comercio íntimo con el lenguaje y sus fantasmas, a sus relecturas de Walcott y de los poetas laguistas ingleses, a su flamante  amor por el sueño, a la exasperante  búsqueda de su origen, a los árboles  que crecen en la arena, a la mirada.  Su  poética   traduce los instintos de una mitología interior arrancada a las aguas del Caribe,  a la conciencia de un mundo anterior al suyo que otras veces es un sueño, carga consigo en los bolsillos palabras que brillan  y  pesan como el metal, las  pule en su taller y las vende a los viajeros.  Vive alucinada entre grandes estrofas, camina por sus bosques recogiendo caracolas y presagios, recogiendo  las notas de una música herida  por el tiempo.
Fernando Denis


EL BUITRE
Alígero, rampante cual Ayperos, majestuoso bajo el éter
se alza el buitre. En su místico trasvuelo,
cauto, grácil, sigiloso, soslaya el campo verde y generoso
que pródigo se ofrece ante sus ojos.
Desde su bosque de nubes afina sus catalejos sin premura
atisbando, con celo, el llano árido y portentoso
con la apetencia exacerbándole las tripas.
Sus emplumados mástilesde magna envergadura
descuella atarazando los confines, cerniendo su gloria tras su ruta.
El buitre es animal poco afectuoso,  la desgracia ajena
lo alimenta,mas nunca se ha escuchado a ciencia cierta
que de su propia especie haga deleite.Embebido,
en el vuelo el buitre merodea sobre la faz tendida
que tramara su noche,
y ya de lejos  las campanas plañen, redoblan, gimen,
abriendo en su corear el telón de la faena.
El tórrido sopor envenena la esfera, la brújula, en tiempo,
tras el preludio de un desfile de amapolas
mientras  el buitre, imperturbable, esperaque presto se le dé inicio
a la obra, a la gran charada.
La zafra, el fusil y la pipetase asoman en las manos
entre sombras.Un estrépito resuena en plena siega
acallando la calma del paisaje, el reluciente paisaje.
El buitre a la sazón cuelga sus patas,desciende en su ritual
de alas abiertas,su señal le anuncia a sus igualesque acaba
de ser servida la cena.


SI LA NOCHE FUERA VERDE

Si la noche fuera verde
y yo gimiera entre sus párpados,
como un bosque, como los ecos de un río lamiendo el erguido acantilado
de fiebre, sus orillas,
traería a mi bosque las palabras que soñamos,
las prístinas, las que buscan una voz de mármol
para quedarse en su eco.
Y entonces haría míotodo el mar en su rumor inmenso,
verde y planetario.
Pero la noche es parda, roja, azul, descolorida.

La noche es niebla. Noche quemada en mis orillas.
No me queda másque guardar las horas
y quedarme callada.

                                                 NO CABE DUDA

¿Guardarías los silencios en las manos
o todo el rumor del mundo?
¿Agobiarías mis certezas, meciéndome en la plenitud
de tus brazos dormidos,
como acunada en el caos de un sueño mudo e indecible?
Si estos augurios de las ninfas manaran de tus labios
o tan sólo fábulas lloviera en la caterva,
¿me adoptarías como el verbo que vibra en tu sangre
o el paliativo de ese eco animado y dulce que mora en tu consciencia?
Si las sílabas del mundo, de sus ruinas, de sus espumas, manaran sórdidas
y un postigo de fuego girase en sus entrañas,
me alzaría como fuente, como espiga vertical,
fría y mágica y sin vestigio de duda
me incrustaría, como piedra, en tu alma.

 INSOMNIO

La noche merodea en los rincones del delirio
probando un sorbo de cada sombra, de cada instante
de esa sombra.
El mundo cae como una luenga estela de sueños,
ecos que suben desde las raícespor mi cuerpo desnudo,
tembloroso, con olor a madreselvas.

Mi noche, oh esa noche llena de hábitos y fosforescencias,
infinito túnel, umbral de piedra, meandros de la sed no saciada,
farallones de musgo y de sombra, subterfugios,socavones, sótanos,
trémulos avernos que caminan hacia una línea
de Kafka, y lloro,porque me envenena  el canto,
ese  gusano de seda que tendrá alas en mis ramas,
como la tierra que consume mi carne,
mientras miro el horizonte y giro con él
y me ahogo en los colores hondísimos,  en la palabra más líquida,
ahogada estoy entre silencios.


 SUEÑO

La noche es un aullido que se escapa
como un haz de luz en las mareas,
pues las horas son el mar incesante, 
y acaso yo sea esa rocadesnuda ante el embate de su fuerza.
Me yergo como un grito en el silencio,
Soy ojos, fragmentados cual espejos, un enjambre de dudas
corroyéndome el sueño, esa cosa de luz que camina en mi mente.
Soy un punto de tierra en la hojarasca, un vórtice donde se acomodan
mis asombros, y una estacaclavada en la ola señala
el lugar del trueno,
tanteo a ciegas buscando el sitio donde dejar mi sed,
sumiendo un poco más de piel a mi memoria.

  
DÍA DE INVIERNO.
La tarde se deshace en lágrimas contritas,
cautiva por las agujas del tiempo.
Afuera, un tugurio de paraguas ennegrece el horizonte.
Sobre el lecho de asfalto serpentea un doliente arroyo,
asiendo como puñados de piedraslas máquinas de los hombres.
Ahogadas en su propio estropiciose miran impávidas las horas,
como si fueran fantasmas en el purgatorio.
El camino se hace largoy los huesos,
pesados como toneles de hierro,vuelven aún más lento
el andar de los pasos.
Los labios afanosos, ya gélidos y opacos,
buscan con desespero el sabor tibio del verano.

Pero el verano ya no concurre a las bocas,
ni a los cuerpos,ni a las verdes murallas,
sólo deja celosías  para mirar la noche.


ESTA CASA EN RUINAS

Esta casa ya no guarda en sus paredes
el moho de la utopía, ni el verdoso cardenillo de idealismo,
ni las causticas y mórbidas telarañas que el tiempo tejió
con mágica enredadera en la memoria:
ya sólo en el umbral copulaban palabras antiguas.
No abre las ventanas a otros mundos, no se cierran tampoco
mientras afuera merodee el judío errante,
aquel  que turba las conciencias de los que duermen.
Aquí ya no se hospedan huéspedes malditos,
ni los míseros con sus violines rotos tocan a la puerta,
sólo alberga príncipes vestidos de pueblo
que se bañan con cántaros de miel y aman el trino,
enjuagan sus gaznates con aceite de antiguos mercaderes
que ya no llegan a su puerta,
y ataviada de lino y rojo terciopelo, enmudeció  la lira de Erato y Euterpe
y vendió sus arcos a juglares espurios.
Ahora subasta sus ruinas en el mercado del usado.

 LAS MUJERES AFROCOLOMBIANAS EN SU ESCRITURA: UNA LUCHA POR LA AUTOAFIRMACIÓN
Y LA VISIBILIZACIÓN DE SU GÉNERO

Una escritura de mujer siempre es femenina;
no puede evitar ser femenina;  la única dificultad está
en qué queremos decir por femenina.
Virginia Woolf

Ponencia presentada en Negritud Conference, llevada a cabo en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. San Juan, Puerto Rico. Marzo 22 al 24 de 2012.

Desde el momento mismo en que la mujer quiso encontrar un espacio en las letras para salir del anonimato se generó la disputa sobre la pertinencia o no de darle cabida al problema de género en la literatura. Esto, al igual que ha sucedido con las minorías étnicas, ha sido consecuencia de la idea que separa la literatura de cualquier elemento extraliterario que quiera hacer de ella un producto cultural antes que una obra de arte.

Sin embargo, la realidad es que la literatura no puede ser tajantemente divorciada de los elementos que la rodean, la nutren y le han dado forma a lo largo de la historia, y el género ha sido uno de ellos; como lo señala la profesora e investigadora Nara Araújo “la lectura de género puede servir para descifrar el mundo, texto organizado de acuerdo con jerarquías. El centro y la periferia, el uno y el otro, dicotomías cuya interrelación y mutua contaminación parecieran borrar sus diferencias.”

Por lo tanto, ese concepto autotélico de la literatura, fuertemente asociado con la fenomenología hegeliana, se convierte en una visión obsoleta y parca de esta manifestación del ser humano, pues olvida que ésta es una construcción simbólica, una realidad paralela al mundo circundante, que se alimenta de ese mundo exterior para crecer, desarrollarse y abrirse a nuevas posibilidades de existencia.

 No obstante, el problema va más allá de una simple discusión sobre el carácter de la literatura y se extiende a las formas de poder que se pueden ejercer por medio del discurso, ya que la literatura constituye una herramienta para figurar en la vida pública, para erigir imaginarios colectivos, para representar ideologías políticas e incluso para construir identidades y proyectos de nación. Es así como, se puede entender por qué en sociedades tan patriarcales como la nuestra, los hombres se han abrogado el derecho a escribir y publicar, excluyendo a las mujeres de los cánones establecidos y condenándolas al silencio y la marginación de las letras.

En ese orden de ideas, aunque pareciera redundante hablar de la necesidad de reivindicación del género femenino en las letras, de señalar con mayúsculas y en negrilla la existencia de una escritura femenina y de insistir en su visibilización, lo cierto es que el panorama literario sigue aferrado a la tradición de darle protagonismo a las voces masculina mientras acalla a las voces femeninas, no sólo en lo que respecta a la producción literaria y su difusión, sino en la evasión a la discusión académica que promueva un cambio en los paradigmas existentes sobre esas “otras literaturas”. Es por esto que, apelando a la oportunidad que brindan estos espacios, he querido poner sobre la mesa el tema de la escritura femenina a través de las voces de unas grandes marginadas en las letras latinoamericanas: las escritoras afrocolombianas.

En primer lugar, es importante aclarar que si bien hay una discusión sobre qué se puede considerar o no escritura femenina y todavía no se ha definido a ciencia cierta cuáles son los elementos que determinan si una escritura es femenina o no, existen varias teorías que apuntan a encontrar en los textos de las mujeres algunos rasgos comunes que llevan a pensar en la existencia de una conciencia de género que permea las letras de las mujeres.

Por otra parte, cuando a esa conciencia de género se le suma la conciencia de raza, la producción literaria se convierte en una institución, una herramienta ideológica que no sólo pone de manifiesto las coincidencias en las temáticas, tipos de personajes empleados en la narración, hablantes y oyentes líricos en la poesía, lenguaje empleado, ritmo en la narración, etc., sino que además se desprende en una propuesta identitaria y en una proclama colectiva.

Es así entonces como, en el caso de las escritoras afrocolombianas por ejemplo, encontramos interesantes elementos que les son comunes a la mayoría de ellas y que, además de representar su condición femenina, promueven su visibilización como escritoras y como mujeres negras, en el mapa de las letras colombianas hasta ahora cerrado para ellas.
La primera condición que reclaman para sí las escritoras es la de mujeres.

En la Antología de Mujeres Poetas Afrocolombianas, que a pesar de las críticas que pudieran hacérsele, constituye el texto que más escritoras afrocolombianas incluye, las poetas aquí compiladas utilizan a la mujer o a la niña como su principal hablante lírico, la protagonista, la voz. Esta figura obedece a que durante mucho tiempo las mujeres han sido acalladas en las letras y por lo tanto, al encontrar un espacio en el cual expresar su voz, no sólo se retratan a sí mismas  en voz  alta, sino que sientan una clara posición de su feminidad para tratar de borrar de la memoria colectiva los estereotipos e imaginarios impuestos sobre ellas por la sociedad patriarcal, como lo advierte Claudia Patricia Silgado en su poema cuando una mujer se desvela, quien señala:

Cuando una mujer se reconoce
Tenga usted la absoluta seguridad,
Es el viento que al soplar fuerte
Vuelve borroso el espejo en que se mira.

Siguiendo entonces con el primer elemento común de la escritura femenina en las escritoras afrocolombianas, tenemos que esa necesidad de ocupar un lugar protagónico en las letras, es además una necesidad de encontrar una identidad propia y una definición de su propio género. La misma poeta Silgado en su poema Este pánico que me confiesa, apunta:

Desnuda en plataforma
Sin pedir auxilio mis huesos.
Cada palabra
Se esconde
En mis propias manos;
La necesidad de descender como un alcatraz.
Zambullirme entera.
Descubrir la misma mujer
Reservada de amor
Llena de espectros y máscaras.
Mujer triste y huraña
llena de desconfianzas que brotan
sin identidades
para no exiliarme
de la mujer que me salva.

Como se puede apreciar en el poema, Silgado deja ver su preocupación por descubrirse a sí misma en la palabra, por desnudar su condición de mujer liberándose de la mujer que otros han creado y demandado que sea, tratando de identificarse con un yo que sea consecuente con lo que ella siente y piensa.

Pero esa identificación con la feminidad, esa necesidad de hablar en primera persona y ocupar un lugar protagónico en las letras no sólo se logra a través de la descripción de sí mismas, también lo hacen a partir de la personificación femenina que le dan a la naturaleza, a la tierra o al mundo, para encontrar una colegialidad en el universo con la cual compartir todos esos elementos identitarios y darles cierta trascendencia. Así, por ejemplo, la poeta Luz Colombia Zarcachenco de Gonzalez en su poema Divina Utría compara la ensenada del pacífico con una niña de espléndida belleza:

Divina Utría,
Desazón del alcatraz,
Púdica niña de mi litoral;
En tu fragor,
Aspé mi grito
Y en él
Quedó visado
Como una inminente protesta
Suscrita de la mar.
 Púdica niña de mi litoral,
¡Divina Utría!
Del agua,
Paloma
Y
Palomar.

En este poema, Zarcachenco emplea la imagen de una niña púdica para referirse a la belleza y limpieza de la ensenada y, aunque esta metáfora realmente no trasgreda el imaginario de la mujer como objeto de pureza si la rompe en relación con el estereotipo de la mujer afrocolombiana, quien siempre ha sido objeto de vejámenes y maltratos justificados en la fealdad y ausencia de pureza de la fémina de esta raza.

Por otra parte, es a su vez una imagen de una mujer que habla, que protesta, que se enseñorea en su territorio y por ende una mujer con libertades y con un estatus de poder, totalmente contrario al estereotipo de la pasividad y sumisión que se ha creado en torno a la figura femenina.

Por otro lado, en la escritura de las poetas afrocolombianas se asoma un segundo elemento muy común entre ellas que nos da indicios de ser clave en la escritura femenina: su relación con el cuerpo.

Por siglos, el cuerpo femenino ha sido el elemento identitario que más ha sufrido la vejación y por el cual la mujer ha sido acorralada en su propia condición femenina. El hombre, ya sea padre, hermano o esposo, ha ejercido el dominio de la mujer a partir del control sobre su cuerpo, su sexualidad y su relación con él.

En el caso de las mujeres afrocolombianas, el cuerpo fue visto como un lugar de profanación por parte del colonizador, del conquistador y del esclavista, quien justificado en su rol de poseedor y de superior tomó por la fuerza muchas veces el cuerpo de su esclava para satisfacer sus represiones sexuales, al considerar el cuerpo de la mujer negra como el elemento en el cual podía descargar sus perversidades pues no tenía la sacralidad del cuerpo de la mujer blanca. En lo que respecta a los hombres de su misma raza, la visión no varía mucho ya que si bien ya no se parte de la visión de pureza con respecto al cuerpo de la mujer negra, si se abroga el derecho de propiedad.

Es por esto que la mujer afrocolombiana en su poesía, no deja de lado su relación con el cuerpo, convirtiendo a este en tema obligado y recurrente dentro de la escritura femenina y en elemento clave para construir un nuevo concepto de identidad y de reconocimiento que rompa con los esquemas patriarcales y subyugadores que limitan la libertad femenina y la constriñen a ser un objeto de deseo para la satisfacción viril.

Por ejemplo, tomando de nuevo Luz Colombia Zarchachenko y su poema Suena mi cuerpo como un caracol, encontramos que la mujer afrocolombiana reconoce su sensualidad natural, pero la interioriza antes que exteriorizarla, no a manera de represión sino de encontrarle una esencia y una trascendencia, que va más allá de la sexualidad.

Suena mi cuerpo
como un caracol,
sale un eco profundo
desde mi interior.

Es que viene subiendo
como un gran tonel,
desde mi oceànico mundo,
mi angustia de mujer.

Como puede apreciarse en el poema de Zarcachenko, el cuerpo femenino de la mujer afro es el centro en el cual confluye toda su historia, su identidad, su sentir y su ser, ese ser angustiado por encontrar un lugar en el universo que le sea propio y que no sea violentado ni profanado.

El tercer elemento que podemos encontrar en la escritura femenina de las poetas afrocolombianas es su relación con el trabajo. En la historia del trabajo, dados los procesos de esclavización y demás que tuvieron que sufrir por largo tiempo, las mujeres afrodescendientes han tenido mayor protagonismo que las mujeres blancas y, por esta razón, es tema recurrente en su escritura. Las poetas describen el trabajo como un proceso angustioso, de lucha, pero también de fuerza, tesón y reivindicación social, pues es claro que han demostrado que para ellas no ha habido concesiones y su trabajo ha sido a la par que el de los hombres, de tal manera que el reconocimiento debería ser en las mismas condiciones y debería ser por medio del trabajo que se empezara a dar a la mujer afrocolombiana un lugar equitativo tanto en las páginas de la historia como en las distintas esferas de la sociedad.

Al respecto la poeta Zarcachenco reconoce muy bien esa labor en su poema las diosas del alba. Así:

Las diosas del alba

Las madres que madrugan
sonámbulas…
a buscar el maná
entre la humedecida arena,
las que salen al viento
con el calor de las sábanas
en la espalda marina
a buscar el secreto salado
de la escondida almeja
cuando la mar se va…
a la casa del tiempo,
son las diosas del alba.

Con esa sal vital,
se iluminan el alma
que el dolor ha oxidado.

Las madres que madrugan
sonámbulas…
son astros vagabundos
en los graos dorados


Para terminar,  concluiremos con un último elemento propio de la escritura femenina afrodescendiente, que es común no sólo entre las escritoras sino que es compartido con los poetas afrodescendientes a saber, éste es el concepto de raza, la relación con los orígenes.

En ese sentido pues, es clave entender que lo además de destacar una caracterización de elementos propios de su feminidad, la escritura de las mujeres afrocolombianas no alcanzaría el lugar de trascendencia que se necesita para ocupar un lugar visible y de reconocimiento en la literatura si a este no se le suma la conciencia racial. Pues ser mujer requiere una conciencia de identidad de género, pero ser mujer afrodescendiente requiere reclamar en la historia el lugar que fue usurpado y violentado incluso por nuestras mismas congéneres.

Es por esto que, en la escritura de las poetas afrocolombianas es recurrente la imagen de áfrica, la madre, la tierra origen, la relación con el muntú, con el pasado, con la diáspora. Todas las poetas, encuentran en el elemento africano el complemento de su identidad femenina que les permite reconocerse y reconocer a las otras y a los otros que le rodean, pero también su lugar en el mundo, el legado que deben heredar a las generaciones futuras para que no olviden sus raíces y procuren mantener en la descendencia el espíritu de su propia esencia, de su identidad.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el poema Canto mágico de la escritora MARÌA TERESA RAMÌREZ, quien escribe:

Del África vengo,
nieta del muntú,
del África soy; flor en el exilio,
mínima primavera del jardín Marrakech.

Mi cuerpo tambor dorado
curtido de soles,
tambor… canto bantù,
resuena en mares de sueños,
canto mágico de Luba y Nuba,
es su canto mi cantar.

Jirafa-alargándome-
en infinitos hilos.
Elefante-enhebrando agujas de marfil-
tejo praderas esperazandas
donde aùn rugen leones y leopardos.
Sol de Amboselly…
huellas en el Niokolokola
esperando mis huellas,
huellas caminadas por los Orishas…
tumba la voz abuela:
“¡Despertad!
Hijos y nietos del muntú”.

Ramírez parte en su poema de una relación con el origen África, al tiempo que se reconoce como heredera femenina de una tradición propia “nieta del muntú”, pero también ubica su papel en la historia, una historia triste y devastadora como lo es la esclavización pero al fin de cuentas una historia que no puede desconocer ya que gracias a ella se formó su identidad  como afrodescendiente, como resultado de la diáspora.

Por otra parte, alude a su relación con el cuerpo, como elemento significativo en la construcción de su condición femenina y señala el canto, como la forma de transmisión de su saber y su sentir, es decir muestra la importancia de las letras y de su condición de poeta como parte de su herencia ancestral y de su papel en el universo, papel que a su vez está orientado por una marcada espiritualidad que le fue también legada, como le fue legada a su compañero varón, quien debe acompañarla en su proeza.

En realidad el tema de la escritura femenina demanda mucho más que unas pocas páginas de discusión, hay mucho que analizar en las poetas y narradoras afrocolombianas para no sólo encontrar los elementos que se entretejen al interior de su escritura sino el diálogo que se interpela con la escritura de otras mujeres afrodescendientes en las Américas y en el resto del mundo.

Sin embargo, lo importante es que estos intentos de visibilización den cuenta de los procesos que se han ido llevando en la escritura para evidenciar la presencia de esta escritura y de estas escritoras con conciencia de género, de raza, de identidad, pero sobre todo con una calidad literaria que vale la pena ser conocida y promovida no sólo dentro de la academia sino en los distintos espacios que permitan el cambio en la mentalidad colectiva de la sociedad Latino y Norteamericana para generar así un tratamiento más equitativo y respetuoso para y con las mujeres afrodescendientes.

SER MUJER EN LA VOZ DE LAS MUJERES: UNA PERSPECTIVA DEL CONCEPTO DE GÉNERO EN LAS ESCRITORAS AFROCOLOMBIANAS

SER MUJER EN LA VOZ DE LAS MUJERES: UNA PERSPECTIVA DEL CONCEPTO DE GÉNERO EN LAS ESCRITORAS AFROCOLOMBIANAS

Ponencia presentada en Southwest Council of Latin American Studies (SCOLAS) Conference, organizado por Texas State University. Miami, Florida, USA. Marzo 8, 9 y 10 de 2012.

“Tú me llamaste mujer negra y sí…
soy orgullosamente una mujer negra.
Mujer negra altiva y espiritual.
Mujer negra de palenques, de plantaciones y socavones.”
Emiliana Bernard Stephenson

Los sujetos somos “seres” en construcción, nos formamos una idea de lo que somos a partir de la comprensión o autoconsciencia de nuestro propio ente en relación con  los otros entes que nos rodean, pero también, gracias a la representación simbólica que hacemos de nuestra realidad para ligarnos a ella y encontrar así un sentido a nuestra existencia.

Como consecuencia de esta necesidad de definirnos, surge entonces la preocupación por hallar en el entorno elementos que den cuenta de nuestros orígenes, características y razón de ser. A esta preocupación es lo que podemos designar como “la búsqueda de identidad personal”, es decir  la consciencia de la propia permanencia  en relación con una serie de patrones sociales y culturales inmersos dentro de un sistema que nos es común y que nos identifica como parte de una colectividad determinada. William Daros, doctor en Filosofía de la Universidad Nacional del Rosario señala al respecto que “En la actualidad, la búsqueda de identidad personal se ha convertido no solo en un derecho sino también en un deber de las personas. Sin este derecho, además, el derecho a la diversidad, hoy tan reivindicado sería imposible.” (Daros, 2005)

No obstante, ese concepto de identidad entra en conflicto cuando deja de ser un derecho propio y se convierte en una designación impuesta por una parte de esa colectividad que asume como “verdades” unas representaciones de si mismos en relación con los otros, generando condiciones de desigualdad, exclusión, marginación y vulneración de derechos, todo esto enmarcado dentro de unas particulares estructuras de poder que favorecen el dualismo dominación/sumisión  entre los seres humanos.

En ese orden de ideas, las “identidades” son muchas veces imaginarios construidos socialmente que niegan la posibilidad de que un individuo encuentre ese “conjunto de valores con los cuales se puede compenetrar plenamente” (Bong Seo, 2002) para convertirse en estereotipos que laceran la conciencia de la propia existencia y promueven la deshumanización, discriminación y segregación de los individuos en una sociedad.

Es así como, por ejemplo, históricamente las mujeres han sido afectadas por ese proceso de designación de identidades. La distinción entre la vida pública y la vida privada, la confinación al hogar y a la maternidad como único proyecto de vida, la negación de derechos como la educación y la participación en política, entre otros, son algunas de las consecuencias que han tenido que afrontar las mujeres  a causa de la designación que los hombres han hecho de su propia identidad. Durante siglos, la lucha ha sido constante y mucho da cuentas la historia de las mujeres que han vertido su sangre bajo las piedras o  en el fuego para quebrantar esos imaginarios y darle un papel más relevante y protagónico a las mujeres dentro de la sociedad.

Pero no sólo la condición de género femenino vs. género masculino ha sido causa de segregación, la categorización de los seres humanos a razón de su color de piel o “raza” ha llevado a la extinción de poblaciones enteras y a prácticas tan salvajes como la esclavización. Ahora bien, ante la combinación de estos dos elementos identitarios, es decir género y “raza”, teniendo en cuenta las representaciones simbólicas que se han construido de lo que son y no son los individuos con estas características, el panorama se convierte en desolador y doblemente pungente para quienes ostentas estas categorías; como es el caso de las mujeres afrodescendientes y en especial, de las mujeres afrocolombianas.


Las mujeres afrodescendientes, negras, mulatas, prietas, entre otros apelativos impuestos, han sido por siglos víctimas de la discriminación, pero sobre todo de incontables abusos como los trabajos forzados, la esclavización, el maltrato físico y psicológico, pero sobre todo el abuso sexual. Todos ellos perpetrados por hombres o mujeres de etnias distintas, o incluso por los hombres de su propia etnia.

Sin embargo, su gran conflicto no reside únicamente en las lamentables consecuencias de los imaginarios que sobre ellas se han tejido y que han justificado a lo largo de la historia los abusos cometidos, sino a la forma como esas representaciones las han silenciado e invisibilizado tajantemente de todos los procesos históricos, sociales, económicos y culturales de las naciones que también han ayudado a construir.

En Latinoamérica, particularmente, tras revisar las páginas de las historias nacionales, pareciera que las mujeres afrodescendientes fueran un elemento pictórico en los cuadros de costumbres de la época colonial, totalmente mudas e impasibles y casi inexistentes. De hecho, son pocos los textos que documenten la participación de las mujeres afrodescendientes en las luchas de independencia y son excluidas totalmente de los proyectos de construcción de nación.

Pero el problema que nos atañe aquí no es el escaso reconocimiento de la participación de las mujeres afrodescendientes en la historia Latinoamericana, sino la definición misma de la identidad femenina de la mujer negra o afrodescendiente a partir de la autoconciencia de su género. Es decir, lograr una aproximación a lo que la mujer afro ha concebido de sí misma y expresado en su propia voz, no solo para demostrar que puede hablar y autodefinirse, sino para reversar el imaginario que sobre ella se ha creado en el pensamiento colectivo tanto masculino como femenino.

Con este propósito, dadas las limitaciones espacio temporales, voy a tomar el escenario literario para referirme al por qué las mujeres afrodescendientes reclaman hablar con voz propia y definir lo que ellas son, pero particularmente, voy a tomar como ejemplo la manera en que las poetas afrocolombianas interpretan esa necesidad y la plasman en su poesía. De esta manera, podremos entender cuál es el concepto de identidad que como mujeres y como afrodescendientes, las poetas afrocolombianas construyen para reclamar ese lugar que les ha sido negado en las letras y en la historia, pero sobre todo para romper con los estereotipos que frente a su identidad se han creado para justificar e imponerles el fardo de vejámenes que han tenido que cargar durante toda su existencia.

En primer lugar, las poetas afrocolombianas se reconocen a si mismas a partir de un referente geográfico: África. Este referente implica en si mismo el reclamo de una herencia ancestral que fue arrebatada por la esclavización durante la diáspora. Esta demanda por la tierra representa el arraigo de una cultura propia, de un pasado glorioso y de una redignificación de su humanidad. Pero ante todo, se aparta de la asociación que los poetas negristas habían hecho entre ella y el continente africano, convirtiéndola en una alegoría a la posesión territorial que debía ser reclamada, tomada y explorada, para asumir el rol de hermana, hija pródiga de una tierra que le pertenece a ella y a su hermano varón,  que es parte de su ser mismo, pero que no es ella.

Así por ejemplo, mientras el poeta colombiano Helcías Martán Góngora señala en su poema Mujer negra:

El agua te hizo a imagen y semejanza suya.
Puso en tu acento ríos y en tu silencio estrellas.
Te dio ese andar de nubes descalza por los cielos
y ese cuerpo que nombra, sin voz, a las palmeras.

Eres el paraíso que comienza en la fruta.
Paisaje con tus ojos que hacen el mediodía.
La música navega por todas tus arterias
y hasta cuando te callas el sueño es melodía

Mujer, mayor que todas las islas: ¡Continente!
El mar y los deseos te circundan callados.
Con mi voz te descubro. Sobre esta tierra virgen
amor, tú sembrarías caricias como árboles!

Y el poeta Leopoldo Sedar Senghor en su poema, también denominado Mujer Negra, la describe como:

Tierra prometida, desde lo alto de un puerto calcinado

La poeta Lucrecia Panchano en su poema afrodescendencia, se refiere a África de la siguiente manera:

Sangre que quema, corazón que aprieta.
Es África que grita entre las venas,
Ancestro que aprisiona, que sujeta,
Que exige libertad y no cadenas.

Y la poeta  María Teresa Ramírez, en su poema Canto Mágico señala:

Del África vengo,
Nieta del muntú,
Del África soy: flor en el exilio,
Mínima primavera del jardín Marrakech

También la poeta Dionicia Moreno Aguirre, en su poema recobrando el pasado, escribe:

Déjame ser polvo de la tierra africana,
ser sol de tu desierto,
ser mar salado por donde en barcos llegaron mis raíces.


Es decir, que mientras los poetas hombres refuerzan el imaginario de la mujer como territorio que les pertenece, al compararla con África,  las mujeres poetas toman distancia entre el territorio y su propio yo, reconociéndose en la tierra pero identificándose fuera de ella para colocarse en el mismo lugar que se encuentra el hombre con relación a su territorio, es decir en la condición de herederas y no de herencia.

De igual manera, al separarse de su yo como territorio, las escritoras afrocolombianas asumen una conciencia de diferencia femenina y advierten la necesidad de subvertir  la percepción que se ha construido sobre su género, por lo cual convierte su escritura en una especie de “autobiografía” que “proviene de la comprensión de que, más allá de la manera en  que se construyen las imágenes de las mujeres, el poder se articula de manera análoga a las relaciones de género.” (Araújo, 1997) Así, entre otros aspectos, la escritora afrocolombiana plasma en su escritura una visión que la distancia de los conceptos que la han supeditado a una condición de debilidad e incapacidad intelectual, así como a la figura de objeto de deseo.

En este sentido, el concepto de la maternidad, por ejemplo, es alterado por completo, ya que si bien la mujer afro no deja de reconocerse como madre y de darle una trascendental importancia en su textos, rompe el simbolismo de la madre universal y sublime para convertirse en una madre muy terrenal, limitada, luchadora e incluso frustrada, como es el caso de María Teresa Ramírez en su poema Agonía lumbalú:

Estoy presa en una cárcel, hecha con rejas de amor,
sus paredes son de llanto.
Yo misma la construí en cada parto alumbrando,
las paredes de esa cárcel en la que me estoy quemando.
Estoy presa en esa cárcel,
dulce y terrible a la vez
en la cárcel de ser madre.

El poema de Ramírez deja ver a la mujer que está detrás de la madre, llena de frustraciones por no poder ser, por deberse a otros, por cercenar sus libertades y que se lamenta por ello. Así, es posible afirmar que la poeta busca resquebrajar el imaginario que equipara la maternidad a la condición misma de mujer, como un hecho natural y la máxima realización femenina para incluso censurar la maternidad como un hecho exclusivo de la mujer, que la limita de sus posibilidades de desarrollo personal frente a la paternidad que poco o nada limita al hombre para continuar con sus actividades como individuo o ser social.
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Por otra parte, también es común encontrar en las poetas afrocolombianas la visión de la madre como una guardiana de sabiduría, cuyo rol en la sociedad es transmitir la herencia ancestral a sus hijos y nietos. Como lo señala Sayly Duque Palacios en su poema Legado, donde además la madre no es una simple transmisora de saberes, valores y costumbres, sino crítica de la sociedad que le rodea y por ende, más que transmitir, educa:

Hija e hijo, os lego un presente inconcluso,
Un pasado innominable,
Un futuro rodeado de abismos y de niebla.
Un país que hipotecó su gallardía
Y arrojó vuelto añicos, el comprobante al mar.
Un pueblo ebrio de indignidad y violencia.

La misma María Teresa Ramírez, en su poema Tocá ese tambor escribe:

Tocá ese tambor hijo mío,
vuelen tus manos mestizas,
en los sonidos de África,
con tu boca medio bemba
y tu pasita amonada.

Y la poeta Mary Grueso Romero, en su poema Contando el cuento, señala:

Y seguiré cantando
canciones muy tristes
que me enseñó mi agüela
de príncipes negros
traídos de África
vendidos en el mercado
como negros sin casta.

Y yo cuento a mis hijos
y también a mis nietos
para que ellos a su vez
 lo sigan  contando
a travé del tiempo.

Por otro lado, la figura de la madre cobra un sentido distinto al de la imagen materna occidental que aguarda en casa como una pieza decorativa inamovible y sagrada, para asumir el rol de trabajadora, que lucha y se sacrifica en las mismas condiciones que el hombre para sacar adelante a sus hijos. Tal lo describe Luz Colombia Zarkachenko de González en su poema las diosas del alba, así:

Las madres que madrugan
sonámbulas…
a buscar el maná
entre la humedecida arena,
las que salen al viento
con el calor de las sábanas
en la espalda  marina
a buscar el salado
de la escondida almeja
cuando la mar se va…
a la casa del tiempo,
son las diosas del alba.

O la misma Sayly Duque Palacios en su poema Feliz día mujeres de la mina:

Mujeres arrojadas a la calle por siempre,
obreras forjadoras de días que aún no asoman.
Mujeres que la tierra labran, con ímpetu y orgullo,
y las cosechas viajan a deleitar paladares que habitan otros cielos.

Así como Lorena Torres Herrera en su poema La negra Tomasa:

Ya está lista la Tomasa,
ya se va pa los raíceros
con su machete y canasto,
su tabaco y su tiestero.


Por otro lado, se encuentra la conciencia de “raza” y con ello la relación con el cuerpo, el cual constituye una de las aproximaciones más sensibles al estereotipo construido de la mujer afrodescendiente ya que, por largo tiempo, esta mujer ha sido vista como un fuerte objeto de deseo, caracterizada por una gran voluptuosidad, así como poseedora de un gran vigor sexual y perturbadora sensualidad que ha saltado los límites de la alegoría literaria para convertirse en una “causante” de violencia física.

Algunos ejemplos de esta caracterización los podemos identificar en los siguientes versos del poeta Léopold Sedar Senghor, donde la mujer aparece desnuda y es claramente descrita como un objeto sexual apetecible:

Mujer desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne tersa,
sombrío éxtasis del vino negro,
boca que haces lírica mi boca,
sabana de horizontes puros,
sabana estremecida
bajo caricias ardientes del viento del Este.

O este poema de Jorge Artel, escritor colombiano, ¡Danza, mulata, danza! :

Deja que el sol fustigue
tu belleza demente,
que corra por tus flancos inquietantes
el ritmo que tus senos estremece.
Aprisiona en tu talle atormentado
esa música bruja
que acompasa la voz de la canción.  …

Al igual que el poema Madrigal de Nicolás Guillén, donde se mantiene la figura de la mujer desnuda y predomina la predilección por su vientre antes que por su inteligencia.

Tu vientre sabe más que tu cabeza
y tanto como tus muslos.
Esa
es la fuerte gracia negra
  de tu cuerpo desnudo.
Signo de selva el tuyo,
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y ese caimán oscuro
nadando en el Zambeze de tus ojos.

Es entonces, ante este panorama que uno de los principales retos de las escritoras afrocolombianas, al hablar en primera persona (singular o plural) se acerca a su negritud o conciencia racial a través de la relación con elementos culturales que le son propios como el tambor, la danza o la narración, o a través del vínculo con la tierra y la ancestralidad, para encontrar un equilibrio entre su conexión con su pasado, su herencia étnica y su presente, pero especialmente para que reconocerse en su cuerpo la exalte como sujeto y no como objeto.

Al respecto leemos en un poema de Jenny de la Torre Córdoba:

Mi negritud no se doblega,
impetuosa como un huracán,
insiste y penetra, no deja espacio
para la pena

De igual manera, en este poema de la escritora Luz Colombia Zarkachenko:

Suena mi cuerpo
como un caracol,
sale un eco profundo
desde mi interior.
Es que viene subiendo
como un gran tonel,
desde mi oceánico mundo,
mi angustia de mujer.
Ambos poemas, de una bella lírica representan a una mujer con una gran fuerza interior que resalta su carácter por encima de su belleza física o voluptuosidad, su autoconciencia étnica y su ser femenino son elementos de su universo interior que se conjugan para imprimirle unos rasgos de identidad muy propios, pero que a la vez comparte con sus coterráneas.

En lo concerniente a la sensualidad y erotismo que se les ha atribuido, las escritoras afrocolombianas no lo niegan, por el contrario lo asumen sin prejuicios y con pasión. No obstante, su concepción del erotismo se aleja de la visión masculina que las confina a ser un objeto de deseo y provocación de las pasiones varoniles, para convertirlas en mujeres plenas de libertades para amar y disfrutar su naturaleza con el ser que aman.

En este sentido, el erotismo y sensualidad de la mujer afrodescendiente deja de ser un principio condenatorio y pecaminoso, censurable e incluso causa de agravios, para convertirse en un valor propio de su feminidad que la define y complementa de forma plena.

Una de las formas de asociar el erotismo a la mujer está en la danza, ya lo habíamos leído con Jorge Artel. Ahora apreciemos como lo describe María Teresa Ramírez:

Tambores de más allá
golpean y tamborean…
Redoblante de mi raza
mi cintura se enloquece,
redoblante de mi raza
mi cadera se estremece.

Y también la poeta Mary Grueso:
Entonces se encienden hogueras
en mi ánfora pagana
y me muevo como palmera
cuando el viento la reclama.

Son tambores navegantes
desde los estuarios de África
que navegan en la orilla oscura de mi sangre.

En ambas estrofas la música es parte vital de esa sensualidad femenina, pero en la descripción de las poetas sus sensuales movimientos son una forma de encontrar su vínculo con el pasado, con sus raíces, no un instrumento para perturbar al varón.

Por otro lado, otras poetas le cantan ampliamente al erotismo, como María de los Ángeles Popov:

Soy
una,
vocal,
con sílabas formadas,
soy,
una,
mujer,
con tildes púbicas,
soy,
la,
o,
al revés sobre tus nalgas.

Así como Ana Teresa Mina Díaz, en su poema cuerpo erótico que apunta:

La tibieza de tu piel color canela
sacude la sutileza silvestre de mi vientre,
se estremece el cortejo de mis labios
libando el polvillo de las flores.

O como Edelma Zapata Pérez, que juega con la figura de la Tierra como si fuese su amante:
Coqueteas conmigo en las alas del viento,
en esta brisa loca que enreda mi falda
desde mi cintura hasta mis tiernas bragas.

Para concluir, vale la pena afirmar que por el contrario de lo que el discurso oficial plantea, se hace necesario discurrir mucho más sobre los estudios de género y minorías étnicas, no sólo en la literatura sino en las ciencias humanas en general, pues está visto que existen todavía aportes valiosos que desconocemos de las distintas  culturas y que pueden enriquecer el conocimiento de la humanidad, además de mejorar las maneras como nos relacionamos con los otros.

Son muchos años de lucha femenina por lograr la institución de derechos y reconocimiento de igualdad entre los géneros, sin que esto se haya conseguido plenamente. Ahora bien, como lo indica Nara Araújo: “las especificidades de la dinámica raza-clase determinan las variaciones en la visión del género” (Araújo, 1997). Es decir, que se necesita además empezar a diferenciar las perspectivas de género desde un concepto de etnia, que permita lograr igualdades, pero respetando las diferencias. Pero lo más importante, que promueva el reconocimiento de identidades a partir de una construcción propia y no de un sistema impuesto, como lo trata de hacer Emiliana Bernard Stephenson en estos versos:

La diosa del mar y yo reafirmamos
nuestra identidad: somos mujeres negras, negras.
Negras raizales, negras caribeñas,
negras colombianas, negras universales.
Tan negras como mamá África.


BIBLIOGRAFÍA

Araújo, Nara. El alfiler y  la mariposa. Género, voz y escritura en Cuba y el Caribe. Letras cubanas, 1997.
Bong Seo, Yoon, La pregunta por la identidad en el ambito literario  de America Latina: el caso de Mexico. En: revista Sincronía, invierno 2002. Departamento de Letras, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Gudalajara. http: http://sincronia.cucsh.udg.mx/yooni02.htm.

Cuesta, Guiomar; Ocampo Alfredo (Comp.) Antologìa de Mujeres Poetas Afrocolombianas. Ministerio de Cultura de Colombia, 2010.
Daros, William R. "El problema de la identidad. Sugerencias desde la filosofía clásica". Invenio014 (2005): 31-44.
Heidegger, Martin, Ser y Tiempo. Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. 1927.
Jaramillo, María Mercedes; Ortiz, Lucía. Hijas del Muntu. Biografías críticas de mujeres afrodescendientes de América Latina. Bogotá, Panamericana, 2011.

Vallejo Álvarez, Magdalena. Identidad afroamericana y victimización femenina, el espejo de una realidad en un mundo de ficción. Alcalá, 2007.