jueves, 13 de febrero de 2014

LA NARRATIVA AFROCOLOMBIANA: UN RETRATO DE LA CONDICIÓN SOCIAL DEL PUEBLO NEGRO.

LA NARRATIVA AFROCOLOMBIANA: UN RETRATO DE LA CONDICIÓN SOCIAL DEL PUEBLO NEGRO.

“La sombra de los tiempos calca,
en taciturnos ébanos, tu rostro,
hombre oscuro del sur.”
Jorge Artel.


Ponencia presentada en el I Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana. Universidad Santo Tomás, Bogotá, 25, 26, 27 de septiembre de 2008.

En la introducción al primer capítulo de su libro Black Literature and Humanism in Latin America, Richard L. Jackson asevera que: “A principios de este siglo (XX)  la literatura latinoamericana sufrió una importante transformación. Los escritores blancos de ese tiempo alejaron el concepto de Americanismo Literario de la preocupación exclusiva por su propia identidad con relación a Europa y hacia otros tipos humanos encontrados en América.

Mientras los autores negros escribieron sobre sus propias experiencias, otros escritores reflejaron la tragedia social del continente como un llamado para la necesaria integración de todos en los asuntos de la vida nacional. Les concernió a los autores, particularmente los novelistas, tratar de mostrar como vivía el ser humano en esta parte del mundo, así que expusieron el sufrimiento humano y otras des-humanizantes condiciones de vida que amenazaban la dignidad del hombre. Incluso, autores racistas cuyos trabajos develaban su heredada conciencia racial blanca, no pudieron evitar traer elementos indígenas y africanos a de la literatura” 

Sin duda alguna, Jackson evoca a la ruptura que se empezó a gestar en Latinoamérica desde los años cuarenta, siendo en sus inicios una literatura comprometida que se extendió desde el arte militante hasta una popularización del existencialismo, tocando no sólo las fibras de la preocupación política sino también social y cultural. Hace referencia a autores como Miguel Ángel Asturias, Neruda o Guillén, quienes se convirtieron en grandes “humanistas” y retrataron en sus obras las venas abiertas de América Latina,  es decir, su  pobreza, la corrupción, la discriminación y la injusticia social, entre otros problemas, que estaban consumiendo a estos pueblos.

Surge así mismo, una preocupación por rescatar las etnias olvidadas, con su legado cultural y su idiosincrasia, pero también con sus conflictos y su rol en el ámbito de una nación excluyente que los invisibilizaba. Es entonces cuando la expresión de lo “afro” toma gran fuerza en América Latina y empieza a ser no sólo un elemento de estudio sociológico y antropológico sino literario, especialmente en lo narrativo. Los afrodescendientes empezaron a escribir sus historias y a ocupar un destacado lugar en las letras. En lo que respecta a Colombia, esta misión fue asumida por dos magnos representantes de la etnia afrodescendiente: Manuel Zapata Olivella y Arnoldo Palacios.

Al revisar la historia de la literatura colombiana, serán varios los pasajes que darán cuenta de la notable preocupación de autores de distintas épocas por retratar la realidad de la nación y por qué no, denunciar con ello las injurias, abusos e injusticias a que se ha visto sometido el pueblo.  Sin embargo, cuando se aprecian las obras de los escritores afrocolombianos, esta preocupación traspasa los límites de la simple denuncia social y se convierte en un retrato vivo de una condición heredada por generaciones, legado de una esclavitud estigmatizante, que se ha marcado como una impronta en este grupo humano anclándolo inevitablemente a un casi inamovible sino. Por este motivo, se puede afirmar que las obras de los escritores afrocolombianos constituyen un verdadero espejo de la realidad de su pueblo.

Manuel Zapata Olivella, nacido en Lorica Córdoba, médico, antropólogo, escritor y vagabundo, entre otras profesiones, es quizás el escritor afrocolombiano más reconocido a nivel internacional. Su narrativa se caracteriza por un alto grado de compromiso social para con su etnia, no sólo por la delación que hace de las condiciones sociales en las que vive sino porque esboza con gran maestría los aspectos que caracterizan su cultura e identidad. Por su parte, Arnoldo Palacios es un escritor chocoano, nacido en Cértegui,  cuya novelística es un canto a la esperanza y un homenaje a sus olvidados coterráneos. Su obra, aunque similar a la de Zapata en la denuncia social, se centra más en develar el dolor humano, tanto en la lucha del negro por la supervivencia como por desafiar al destino.

Tanto Zapata como Palacios cuentan con apreciables obras de gran calidad literaria en las que se pueden percibir los elementos antes mencionados. No obstante, para el análisis que le compete a este trabajo, se estudiarán las novelas Chambacú, corral de negros de Zapata y Las estrellas son negras de Palacios, así como los cuentos de Quién dio el fusil a Oswald? del primer escritor. 

En Chambacú, corral de negros, Zapata narra el drama de Máximo y otros afrodescendientes que viven acorralados por la miseria en una pequeña “isla” de Cartagena y son reclutados por la fuerza para hacer parte del batallón Colombia e ir a pelear en la guerra de Corea. La novela descuella en una narración dinámica, fuerte e impecable, la tipología de seres auténticos que se desenvuelven en un ámbito completamente típico y que se enfrentan al dilema de mantener sus raíces, en medio de la hostilidad y la pobreza, o negarse a sí mismos y buscar otros horizontes.

Cada personaje en la novela está cargado de un notable simbolismo en el que pareciera compilar un determinado rasgo de la negritud que representa. Así por ejemplo, en la Cotena, madre del protagonista, mujer sacrificada que ha luchado sola por sacar sus hijos adelante, confluyen la fuerza raizal, la superstición, las creencias y la lucha por el sostenimiento de los suyos. Sus rasgos como mujer guerrera, que se enfrenta incluso a los militares para evitar que se lleven a sus hijos, además de ser símbolo del sufrido amor maternal, encarna la tradición de una etnia que se niega a dejarse arrebatar sus costumbres y a seguir siendo objeto de vejámenes a razón de su condición racial, como podemos ver en la frase que grita para impedir que se lleven a sus hijos:

¡Antes de que los maten extraños, prefiero apuñalarlos con mis manos y saber en qué sitio los entierro! ¡Cobardes!

O también en esta, en la que afirma además de su fuerza, su carácter como madre y maestra:

Mi hijo no será un criminal. Primero tendrán que quitarle la vida antes de obligarlo a disparar contra seres inocentes. Yo le he enseñado a respetar al prójimo. Sabe lo que es bueo y lo que es malo. No permitiré que ustedes lo corrompan.


Por otra parte, su apego a la imagen de la virgen de la Candelaria, así como a los presagios y agüeros de su hermana Petronila, son signos del ancestral legado mítico africano que se niega a morir en estos pueblos, a pesar de las transformaciones en que se han visto inmersos tanto territorial como socialmente.

Ella era la superstición y sólo la magia le comunicaba vitalidad. Belcebú. El Ánima Sola. Los clavos de Cristo. La oración para alejar a Lucifer. Las costillas de murciélago. Los bigotes de gato negro recortados en noche de celo. La sangre fresca del chivato. Poderes sobrenaturales que venían cabalgando la mente de los negros desde el foso lejano de la esclavitud.

Máximo, el protagonista, es también representante de esa fuerza guerrera del pueblo afrodescendiente; pero a diferencia de la Cotena, su lucha es de corte idealista. Es un líder por naturaleza, contestatario y noble, recio y obstinado en la lucha, su preocupación por cultivar el intelecto y revolucionar su pueblo, no es más que una demanda contra el gobierno, quien se ha negado por siglos a garantizar una verdadera educación a los afrocolombianos, coartando así sus posibilidades de progreso y de acceso a una mejor calidad de vida.

José Raquel, el hermano de Máximo que logra sobrevivir de la guerra y regresa a la isla casado con una sueca, es el reflejo de la inconformidad de la raza negra, que al sentirse maltratada y oprimida, reniega de su condición y anhela ocupar el lugar del opresor, aunque eso implique sojuzgar a los suyos. José Raquel simboliza al negro que está cansado de la ignominia y de la injusticia social a que es sometido por su color de piel e interiormente desea ser blanco para transformar su entorno; pero en vez de ensañarse contra los que lo vejan se ensaña en contra de los suyos, por haberle heredado en su piel la saga de la miseria. 

Al igual que José Raquel, Máximo y la Cotena, los demás personajes recrean un conglomerado de sentimientos, ideales, costumbres y rasgos característicos, pero también infortunios  sufridos por la raza negra a merced de su cualidad racial. Estos, acompañados por el entorno de la isla de Chambacú, un caserío de viviendas de cartón, sin las condiciones mínimas para la subsistencia humana, agobiado por problemas de orden político y social, hacen de la obra de Zapata Olivella  una metáfora de un país olvidadizo e indiferente que aunque presuma una postura equitativa, justa  y democrática en realidad no asume acciones concretas para favorecer a los más necesitados, mucho menos si estos hacen parte de la minoría étnica nacional.

Aunque en otro contexto, Arnoldo Palacios también plasma en su obra la abundante escasez en la que están sumidos la mayor parte de los afrocolombianos, ya no en la costa atlántica sino en la pacífica. Su novela las estrellas son negras narra la historia de Israel (Irra), un joven chocoano que vive en condiciones paupérrimas y que busca a toda costa salir del Chocó para mejorar así su situación y la de su familia. La historia está narrada en cuatro capítulos, a los que el autor llama libros: Hambre, Ira, Nive y Luz interior, cada uno de los cuales enfrenta a su protagonista no sólo con la lucha frente a una sociedad injusta y discriminatoria sino frente a sí mismo.

En el primer capítulo, Hambre, palacios describe de una manera cruda, el sufrimiento que padece Irra y su familia a raíz de la situación de miseria que los rodea y de la que nadie, ni siquiera Dios se compadece:

Le dolía fuerte el estómago... El hambre... Cierto... No había comido... Ni su mamá ni sus hermanos tampoco habían pasado bocado, como no fuera esa saliva amarga pastosa, que él estaba ahora tragando trabajosamente... Tuvo entonces la noción clara de que en todo el día solamente habia tragado un pocillo de café negro... ¿Y ayer? ¿Qué había comido ayer? Nada (...) ¿Dónde estaba Dios? (...) ¿Por qué no venía Dios una mañana, o una noche y les dejaba un poco de arroz y plátano, o unos dos pesos siquiera en la cocina?

Palacios, al igual que Zapata Olivella, deja ver en su novela una profunda crítica social por la marcada situación de abandono en la que se encuentra el pobre, que no cuenta con los recursos para gozar de algo tan elemental como lo es su alimentación. Así mismo, además de las circunstancias que conforman el dramático escenario narrativo, cada personaje representa una situación particular que vive un determinado grupo de personas de la región. Por ejemplo, Irra es el adolescente en que se centran las esperanzas de la familia para salir adelante, pero a su vez es el joven explotado por los ricos, siendo abusado incluso sexualmente, condenado a cargar con una herencia de hambre y miseria.

En cuanto a la madre y las hermanas, la situación es aún peor, ellas no sólo representan a las mujeres oprimidas por su condición racial y económica sino también por su condición sexual. Están relegadas a trabajos inferiores, como lavar y planchar, por un ínfimo sueldo que no les alcanza ni para comer, además de contar con menores oportunidades para estudiar. Representan la clase más explotada y el retrato más fiel de la tragedia humana. A esto Mariela Gutiérrez señala: “El análisis psicoanalítico que Palacios hace del personaje de la madre comprueba todo lo anterior. Ella ni nombre tiene: que éste nunca se mencione pone en evidencia la nulidad de su ser, su no-identidad.”

Esta situación de injusticia es la que lleva al protagonista a convertirse en un ser violento, reflejado en el segundo capítulo: Ira. En donde el protagonista tiene todas las intenciones de asesinar al intendente como una forma de resarcir el daño que siente le han causado en su interior a raíz de tantos vejámenes. Sin embargo no logra consumar su intención, sumiéndose aún más en su pesimismo.

En los capítulos siguientes, Palacios deja entrever con mayor claridad las verdaderas intenciones de su novela, pues si bien denuncia la injusticia social a la que se ven sometidos los negros chocoanos y hace una crítica al estado por el abandono en el que tiene a su pueblo, su interés es desdibujar la psicología de un ser en la miseria y dejar un mensaje de esperanza para aquellos que, al igual que Irra, tienen la ilusión de algún día librarse del látigo del hambre que por generaciones los ha azotado sin clemencia.

Finalmente, aparecen para cerrar este trabajo los cuentos de Zapata Olivella publicados en el libro ¿Quién dio el Fusil a Oswald?. Se ha tomado este volumen de cuentos, puesto que toca las fibras de la problemática negrista, ya no en el plano de la pobreza y la condición social sino en la discriminación racial en los Estados Unidos. El libro consta de seis cuentos: ¿Quién dio el fusil a Oswald?, La telaraña, un acordeón tras la reja, un extraño bajo mi piel, el ausente y los lentes pleocrómicos.

De estos especialmente el primero y el cuarto cuentan con interesantes matices sobre el problema racial, que guardan estrecha relación con las novelas mencionadas en los primeros párrafos. Ebel Botero, señala al respecto: “Zapata Olivella tiene una de esas nobles obsesiones que dan sentido a una vida de creación artística: la justicia social para los marginados de todas las clases y tipos. [...] De esa temática el problema que más apasiona a Zapata Olivella es el de la discriminación racial, tanto en Estados Unidos como en Colombia. El mismo, como miembro de la oprimida minoría de origen africano, fue víctima de la injusticia, y aunque su esfuerzo y su talento lo han llevado a un pleno triunfo en lo personal, su solidaridad con el grupo, y sus vivencias infantiles, que alimenta a todo buen escritor, le han hecho consagrar su pluma a la defensa del marginado racial.”

Su primer cuento, de corte vanguardista, por la experimentación que muestra en la estructura del relato, es una acusación contra el Ku Klux Klan por la desgracia de Lee H. Oswald, a quien involucran en el asesinato del presidente Kennedy. Aunque, aparentemente, la trama de la historia gira en torno a este hecho, tras bambalinas se esconde el verdadero trasfondo de la tragedia afroamericana: una discriminación racial tan marcada que incluso la vida depende de que la suerte acompañe a los afrodescendientes para no ser asaltados en cualquier momento por un miembro del KKK.

Por otro lado, en su cuento un extraño bajo mi piel Zapata revive en el personaje de Elder el deseo de José Raquel, el hermano de Máximo en Chambacú: Ser blanco. Elder tiene la mala suerte de ser atrapado por unos miembros del KKK que planean colgarlo y mientras deciden como hacerlo, lo dejan encerrado en un salón. A su regreso Elder se ha convertido en Ham Leroy un hombre blanco, aceptado socialmente sin discriminación. Pero que al regresar a su casa no es reconocido y es echado fuera de su grupo.

En el personaje de Elder, Zapata Olivella deja un claro mensaje para sus lectores: el de la lucha contra la discriminación racial aunque sea a costa de sacrificios y valentía. La ilusión de Elder se cumple en Ham Leroy, pero al final se da cuenta que de nada servía ser blanco y ser aceptado si había perdido la esencia de quien era.

Elder, así como José Raquel, Máximo, Irra, etc. Tienen en realidad un único propósito: convertirse en iconos de la realidad social que viven los afrocolombianos dentro y fuera del país, así como otros afroamericanos en el mundo, una realidad de miseria, hambre, discriminación, negación , opresión y desesperanza; una realidad que está pidiendo ser cambiada y por eso se calca como el reflejo de la luna en el mar, en todas las irrealidades posibles, especialmente en la literatura, buscando tocar la sensibilidad de los que desde ese puñado de ficciones podemos transformar la realidad circundante.

BIBLIOGRAFÍA

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Botero, Ebel. Manuel Zapata Olivella. En: Veinte escritores contemporáneos. Manizales: tipografía Arbeláez, 1969. Pág. 161.
Doerr, Richard Paul. La magia como dinámica de evasión social en la novelística de Manuel Zapata Olivella. Universidad de Colorado, Ph D., 1973.
Gutiérrez, Mariela. “Arnoldo Palacios y el despertar psicosocial del negro chocoano”. En: Jaramillo María, Osorio Betty y Robledo Ángela. Literatura y Cultura. Narrativa  colombiana del siglo XX. Vol. III. Hibridez y Alteridades, Ministerio de Cultura, Bogotá 2000.
Jackson, Richard L. Black Literature and Humism in Latin America. Athens, Georgia: The University of Georgia Press, 1988.
Jackson, Shirley Mae. Temas principales de la novela negrista hispanoamericana en López Albujar, Díaz Sánchez, Carpentier, Ortíz y Zapata Olivella. Tesis de Grado. The George Washington University, 1982.
Marvin A., Lewis. Treading the Ebony Path. Ideology and Violence in Contemporary Afro-Colombian Literature. Columbia, University of Missouri Press, 1987.
Paez De Rivera, Fanny. Los personajes reales en la novelística de Manuel Zapata Olivella. Tesis de grado. Bogotá: Universidad Santo Tomás de Aquino, 1978.
Palacios Arnoldo. Las estrellas son negras. Bogotá: Iqueima, 1949.
Zapata Olivella, Manuel. Corral de negros. La Habana: Casa de Las Américas 1963.
Zapata Olivella, Manuel. ¿Quién dio el fusil a Oswald? y otros cuentos. Bogotá: Ed. Revista Colombiana Ltda., 1967. 87p. (Colección Populibro, Nº 17)


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