“La sombra de los tiempos calca,
en taciturnos ébanos, tu rostro,
hombre oscuro del sur.”
Jorge Artel.
Ponencia presentada en el I Congreso Internacional de
Literatura Iberoamericana. Universidad Santo Tomás, Bogotá, 25, 26, 27 de
septiembre de 2008.
En la introducción al primer capítulo de su libro
Black Literature and Humanism in Latin America, Richard L. Jackson asevera que:
“A principios de este siglo (XX) la
literatura latinoamericana sufrió una importante transformación. Los escritores
blancos de ese tiempo alejaron el concepto de Americanismo Literario de la
preocupación exclusiva por su propia identidad con relación a Europa y hacia
otros tipos humanos encontrados en América.
Mientras los autores negros escribieron sobre sus
propias experiencias, otros escritores reflejaron la tragedia social del
continente como un llamado para la necesaria integración de todos en los
asuntos de la vida nacional. Les concernió a los autores, particularmente los
novelistas, tratar de mostrar como vivía el ser humano en esta parte del mundo,
así que expusieron el sufrimiento humano y otras des-humanizantes condiciones de
vida que amenazaban la dignidad del hombre. Incluso, autores racistas cuyos
trabajos develaban su heredada conciencia racial blanca, no pudieron evitar
traer elementos indígenas y africanos a de la literatura”
Sin duda alguna, Jackson evoca a la ruptura que se
empezó a gestar en Latinoamérica desde los años cuarenta, siendo en sus inicios
una literatura comprometida que se extendió desde el arte militante hasta una
popularización del existencialismo, tocando no sólo las fibras de la
preocupación política sino también social y cultural. Hace referencia a autores
como Miguel Ángel Asturias, Neruda o Guillén, quienes se convirtieron en
grandes “humanistas” y retrataron en sus obras las venas abiertas de América
Latina, es decir, su pobreza, la corrupción, la discriminación y
la injusticia social, entre otros problemas, que estaban consumiendo a estos
pueblos.
Surge así mismo, una preocupación por rescatar las
etnias olvidadas, con su legado cultural y su idiosincrasia, pero también con
sus conflictos y su rol en el ámbito de una nación excluyente que los
invisibilizaba. Es entonces cuando la expresión de lo “afro” toma gran fuerza
en América Latina y empieza a ser no sólo un elemento de estudio sociológico y
antropológico sino literario, especialmente en lo narrativo. Los
afrodescendientes empezaron a escribir sus historias y a ocupar un destacado
lugar en las letras. En lo que respecta a Colombia, esta misión fue asumida por
dos magnos representantes de la etnia afrodescendiente: Manuel Zapata Olivella
y Arnoldo Palacios.
Al revisar la historia de la literatura colombiana,
serán varios los pasajes que darán cuenta de la notable preocupación de autores
de distintas épocas por retratar la realidad de la nación y por qué no,
denunciar con ello las injurias, abusos e injusticias a que se ha visto
sometido el pueblo. Sin embargo, cuando
se aprecian las obras de los escritores afrocolombianos, esta preocupación
traspasa los límites de la simple denuncia social y se convierte en un retrato
vivo de una condición heredada por generaciones, legado de una esclavitud
estigmatizante, que se ha marcado como una impronta en este grupo humano
anclándolo inevitablemente a un casi inamovible sino. Por este motivo, se puede
afirmar que las obras de los escritores afrocolombianos constituyen un
verdadero espejo de la realidad de su pueblo.
Manuel Zapata Olivella, nacido en Lorica Córdoba,
médico, antropólogo, escritor y vagabundo, entre otras profesiones, es quizás
el escritor afrocolombiano más reconocido a nivel internacional. Su narrativa
se caracteriza por un alto grado de compromiso social para con su etnia, no
sólo por la delación que hace de las condiciones sociales en las que vive sino
porque esboza con gran maestría los aspectos que caracterizan su cultura e
identidad. Por su parte, Arnoldo Palacios es un escritor chocoano, nacido en
Cértegui, cuya novelística es un canto a
la esperanza y un homenaje a sus olvidados coterráneos. Su obra, aunque similar
a la de Zapata en la denuncia social, se centra más en develar el dolor humano,
tanto en la lucha del negro por la supervivencia como por desafiar al destino.
Tanto Zapata como Palacios cuentan con apreciables
obras de gran calidad literaria en las que se pueden percibir los elementos
antes mencionados. No obstante, para el análisis que le compete a este trabajo,
se estudiarán las novelas Chambacú, corral de negros de Zapata y Las estrellas
son negras de Palacios, así como los cuentos de Quién dio el fusil a Oswald?
del primer escritor.
En Chambacú, corral de negros, Zapata narra el drama
de Máximo y otros afrodescendientes que viven acorralados por la miseria en una
pequeña “isla” de Cartagena y son reclutados por la fuerza para hacer parte del
batallón Colombia e ir a pelear en la guerra de Corea. La novela descuella en
una narración dinámica, fuerte e impecable, la tipología de seres auténticos
que se desenvuelven en un ámbito completamente típico y que se enfrentan al
dilema de mantener sus raíces, en medio de la hostilidad y la pobreza, o
negarse a sí mismos y buscar otros horizontes.
Cada personaje en la novela está cargado de un
notable simbolismo en el que pareciera compilar un determinado rasgo de la
negritud que representa. Así por ejemplo, en la Cotena , madre del
protagonista, mujer sacrificada que ha luchado sola por sacar sus hijos
adelante, confluyen la fuerza raizal, la superstición, las creencias y la lucha
por el sostenimiento de los suyos. Sus rasgos como mujer guerrera, que se
enfrenta incluso a los militares para evitar que se lleven a sus hijos, además
de ser símbolo del sufrido amor maternal, encarna la tradición de una etnia que
se niega a dejarse arrebatar sus costumbres y a seguir siendo objeto de
vejámenes a razón de su condición racial, como podemos ver en la frase que
grita para impedir que se lleven a sus hijos:
¡Antes de que los maten extraños, prefiero apuñalarlos
con mis manos y saber en qué sitio los entierro! ¡Cobardes!
O también en esta, en la que afirma además de su
fuerza, su carácter como madre y maestra:
Mi hijo no será un criminal. Primero tendrán que
quitarle la vida antes de obligarlo a disparar contra seres inocentes. Yo le he
enseñado a respetar al prójimo. Sabe lo que es bueo y lo que es malo. No
permitiré que ustedes lo corrompan.
Por otra parte, su apego a la imagen de la virgen de la Candelaria , así como a
los presagios y agüeros de su hermana Petronila, son signos del ancestral legado
mítico africano que se niega a morir en estos pueblos, a pesar de las
transformaciones en que se han visto inmersos tanto territorial como
socialmente.
Ella era la superstición y sólo la magia le
comunicaba vitalidad. Belcebú. El Ánima Sola. Los clavos de Cristo. La oración
para alejar a Lucifer. Las costillas de murciélago. Los bigotes de gato negro
recortados en noche de celo. La sangre fresca del chivato. Poderes
sobrenaturales que venían cabalgando la mente de los negros desde el foso
lejano de la esclavitud.
Máximo, el protagonista, es también representante de
esa fuerza guerrera del pueblo afrodescendiente; pero a diferencia de la Cotena , su lucha es de
corte idealista. Es un líder por naturaleza, contestatario y noble, recio y
obstinado en la lucha, su preocupación por cultivar el intelecto y revolucionar
su pueblo, no es más que una demanda contra el gobierno, quien se ha negado por
siglos a garantizar una verdadera educación a los afrocolombianos, coartando
así sus posibilidades de progreso y de acceso a una mejor calidad de vida.
José Raquel, el hermano de Máximo que logra
sobrevivir de la guerra y regresa a la isla casado con una sueca, es el reflejo
de la inconformidad de la raza negra, que al sentirse maltratada y oprimida,
reniega de su condición y anhela ocupar el lugar del opresor, aunque eso
implique sojuzgar a los suyos. José Raquel simboliza al negro que está cansado
de la ignominia y de la injusticia social a que es sometido por su color de
piel e interiormente desea ser blanco para transformar su entorno; pero en vez
de ensañarse contra los que lo vejan se ensaña en contra de los suyos, por
haberle heredado en su piel la saga de la miseria.
Al igual que José Raquel, Máximo y la Cotena , los demás
personajes recrean un conglomerado de sentimientos, ideales, costumbres y
rasgos característicos, pero también infortunios sufridos por la raza negra a merced de su
cualidad racial. Estos, acompañados por el entorno de la isla de Chambacú, un
caserío de viviendas de cartón, sin las condiciones mínimas para la
subsistencia humana, agobiado por problemas de orden político y social, hacen
de la obra de Zapata Olivella una
metáfora de un país olvidadizo e indiferente que aunque presuma una postura
equitativa, justa y democrática en
realidad no asume acciones concretas para favorecer a los más necesitados,
mucho menos si estos hacen parte de la minoría étnica nacional.
Aunque en otro contexto, Arnoldo Palacios también
plasma en su obra la abundante escasez en la que están sumidos la mayor parte
de los afrocolombianos, ya no en la costa atlántica sino en la pacífica. Su
novela las estrellas son negras narra la historia de Israel (Irra), un joven
chocoano que vive en condiciones paupérrimas y que busca a toda costa salir del
Chocó para mejorar así su situación y la de su familia. La historia está
narrada en cuatro capítulos, a los que el autor llama libros: Hambre, Ira, Nive
y Luz interior, cada uno de los cuales enfrenta a su protagonista no sólo con
la lucha frente a una sociedad injusta y discriminatoria sino frente a sí
mismo.
En el primer capítulo, Hambre, palacios describe de
una manera cruda, el sufrimiento que padece Irra y su familia a raíz de la
situación de miseria que los rodea y de la que nadie, ni siquiera Dios se
compadece:
Le dolía fuerte el estómago... El hambre... Cierto...
No había comido... Ni su mamá ni sus hermanos tampoco habían pasado bocado,
como no fuera esa saliva amarga pastosa, que él estaba ahora tragando
trabajosamente... Tuvo entonces la noción clara de que en todo el día solamente
habia tragado un pocillo de café negro... ¿Y ayer? ¿Qué había comido ayer? Nada
(...) ¿Dónde estaba Dios? (...) ¿Por qué no venía Dios una mañana, o una noche
y les dejaba un poco de arroz y plátano, o unos dos pesos siquiera en la cocina?
Palacios, al igual que Zapata Olivella, deja ver en
su novela una profunda crítica social por la marcada situación de abandono en
la que se encuentra el pobre, que no cuenta con los recursos para gozar de algo
tan elemental como lo es su alimentación. Así mismo, además de las
circunstancias que conforman el dramático escenario narrativo, cada personaje
representa una situación particular que vive un determinado grupo de personas
de la región. Por ejemplo, Irra es el adolescente en que se centran las esperanzas
de la familia para salir adelante, pero a su vez es el joven explotado por los
ricos, siendo abusado incluso sexualmente, condenado a cargar con una herencia
de hambre y miseria.
En cuanto a la madre y las hermanas, la situación es
aún peor, ellas no sólo representan a las mujeres oprimidas por su condición
racial y económica sino también por su condición sexual. Están relegadas a
trabajos inferiores, como lavar y planchar, por un ínfimo sueldo que no les
alcanza ni para comer, además de contar con menores oportunidades para
estudiar. Representan la clase más explotada y el retrato más fiel de la
tragedia humana. A esto Mariela Gutiérrez señala: “El análisis psicoanalítico
que Palacios hace del personaje de la madre comprueba todo lo anterior. Ella ni
nombre tiene: que éste nunca se mencione pone en evidencia la nulidad de su
ser, su no-identidad.”
Esta situación de injusticia es la que lleva al
protagonista a convertirse en un ser violento, reflejado en el segundo
capítulo: Ira. En donde el protagonista tiene todas las intenciones de asesinar
al intendente como una forma de resarcir el daño que siente le han causado en
su interior a raíz de tantos vejámenes. Sin embargo no logra consumar su
intención, sumiéndose aún más en su pesimismo.
En los capítulos siguientes, Palacios deja entrever
con mayor claridad las verdaderas intenciones de su novela, pues si bien
denuncia la injusticia social a la que se ven sometidos los negros chocoanos y
hace una crítica al estado por el abandono en el que tiene a su pueblo, su
interés es desdibujar la psicología de un ser en la miseria y dejar un mensaje
de esperanza para aquellos que, al igual que Irra, tienen la ilusión de algún
día librarse del látigo del hambre que por generaciones los ha azotado sin
clemencia.
Finalmente, aparecen para cerrar este trabajo los
cuentos de Zapata Olivella publicados en el libro ¿Quién dio el Fusil a
Oswald?. Se ha tomado este volumen de cuentos, puesto que toca las fibras de la
problemática negrista, ya no en el plano de la pobreza y la condición social
sino en la discriminación racial en los Estados Unidos. El libro consta de seis
cuentos: ¿Quién dio el fusil a Oswald?, La telaraña, un acordeón tras la reja,
un extraño bajo mi piel, el ausente y los lentes pleocrómicos.
De estos especialmente el primero y el cuarto cuentan
con interesantes matices sobre el problema racial, que guardan estrecha
relación con las novelas mencionadas en los primeros párrafos. Ebel Botero,
señala al respecto: “Zapata Olivella tiene una de esas nobles obsesiones que
dan sentido a una vida de creación artística: la justicia social para los
marginados de todas las clases y tipos. [...] De esa temática el problema que
más apasiona a Zapata Olivella es el de la discriminación racial, tanto en
Estados Unidos como en Colombia. El mismo, como miembro de la oprimida minoría
de origen africano, fue víctima de la injusticia, y aunque su esfuerzo y su
talento lo han llevado a un pleno triunfo en lo personal, su solidaridad con el
grupo, y sus vivencias infantiles, que alimenta a todo buen escritor, le han
hecho consagrar su pluma a la defensa del marginado racial.”
Su primer cuento, de corte vanguardista, por la
experimentación que muestra en la estructura del relato, es una acusación
contra el Ku Klux Klan por la desgracia de Lee H. Oswald, a quien involucran en
el asesinato del presidente Kennedy. Aunque, aparentemente, la trama de la
historia gira en torno a este hecho, tras bambalinas se esconde el verdadero
trasfondo de la tragedia afroamericana: una discriminación racial tan marcada
que incluso la vida depende de que la suerte acompañe a los afrodescendientes
para no ser asaltados en cualquier momento por un miembro del KKK.
Por otro lado, en su cuento un extraño bajo mi piel
Zapata revive en el personaje de Elder el deseo de José Raquel, el hermano de
Máximo en Chambacú: Ser blanco. Elder tiene la mala suerte de ser atrapado por
unos miembros del KKK que planean colgarlo y mientras deciden como hacerlo, lo
dejan encerrado en un salón. A su regreso Elder se ha convertido en Ham Leroy
un hombre blanco, aceptado socialmente sin discriminación. Pero que al regresar
a su casa no es reconocido y es echado fuera de su grupo.
En el personaje de Elder, Zapata Olivella deja un
claro mensaje para sus lectores: el de la lucha contra la discriminación racial
aunque sea a costa de sacrificios y valentía. La ilusión de Elder se cumple en
Ham Leroy, pero al final se da cuenta que de nada servía ser blanco y ser
aceptado si había perdido la esencia de quien era.
Elder, así como José Raquel, Máximo, Irra, etc.
Tienen en realidad un único propósito: convertirse en iconos de la realidad
social que viven los afrocolombianos dentro y fuera del país, así como otros
afroamericanos en el mundo, una realidad de miseria, hambre, discriminación,
negación , opresión y desesperanza; una realidad que está pidiendo ser cambiada
y por eso se calca como el reflejo de la luna en el mar, en todas las
irrealidades posibles, especialmente en la literatura, buscando tocar la
sensibilidad de los que desde ese puñado de ficciones podemos transformar la
realidad circundante.
BIBLIOGRAFÍA
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Zapata Olivella, Manuel. ¿Quién dio el fusil a
Oswald? y otros cuentos. Bogotá: Ed. Revista Colombiana Ltda., 1967. 87p.
(Colección Populibro, Nº 17)
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