jueves, 13 de febrero de 2014

 LAS MUJERES AFROCOLOMBIANAS EN SU ESCRITURA: UNA LUCHA POR LA AUTOAFIRMACIÓN
Y LA VISIBILIZACIÓN DE SU GÉNERO

Una escritura de mujer siempre es femenina;
no puede evitar ser femenina;  la única dificultad está
en qué queremos decir por femenina.
Virginia Woolf

Ponencia presentada en Negritud Conference, llevada a cabo en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. San Juan, Puerto Rico. Marzo 22 al 24 de 2012.

Desde el momento mismo en que la mujer quiso encontrar un espacio en las letras para salir del anonimato se generó la disputa sobre la pertinencia o no de darle cabida al problema de género en la literatura. Esto, al igual que ha sucedido con las minorías étnicas, ha sido consecuencia de la idea que separa la literatura de cualquier elemento extraliterario que quiera hacer de ella un producto cultural antes que una obra de arte.

Sin embargo, la realidad es que la literatura no puede ser tajantemente divorciada de los elementos que la rodean, la nutren y le han dado forma a lo largo de la historia, y el género ha sido uno de ellos; como lo señala la profesora e investigadora Nara Araújo “la lectura de género puede servir para descifrar el mundo, texto organizado de acuerdo con jerarquías. El centro y la periferia, el uno y el otro, dicotomías cuya interrelación y mutua contaminación parecieran borrar sus diferencias.”

Por lo tanto, ese concepto autotélico de la literatura, fuertemente asociado con la fenomenología hegeliana, se convierte en una visión obsoleta y parca de esta manifestación del ser humano, pues olvida que ésta es una construcción simbólica, una realidad paralela al mundo circundante, que se alimenta de ese mundo exterior para crecer, desarrollarse y abrirse a nuevas posibilidades de existencia.

 No obstante, el problema va más allá de una simple discusión sobre el carácter de la literatura y se extiende a las formas de poder que se pueden ejercer por medio del discurso, ya que la literatura constituye una herramienta para figurar en la vida pública, para erigir imaginarios colectivos, para representar ideologías políticas e incluso para construir identidades y proyectos de nación. Es así como, se puede entender por qué en sociedades tan patriarcales como la nuestra, los hombres se han abrogado el derecho a escribir y publicar, excluyendo a las mujeres de los cánones establecidos y condenándolas al silencio y la marginación de las letras.

En ese orden de ideas, aunque pareciera redundante hablar de la necesidad de reivindicación del género femenino en las letras, de señalar con mayúsculas y en negrilla la existencia de una escritura femenina y de insistir en su visibilización, lo cierto es que el panorama literario sigue aferrado a la tradición de darle protagonismo a las voces masculina mientras acalla a las voces femeninas, no sólo en lo que respecta a la producción literaria y su difusión, sino en la evasión a la discusión académica que promueva un cambio en los paradigmas existentes sobre esas “otras literaturas”. Es por esto que, apelando a la oportunidad que brindan estos espacios, he querido poner sobre la mesa el tema de la escritura femenina a través de las voces de unas grandes marginadas en las letras latinoamericanas: las escritoras afrocolombianas.

En primer lugar, es importante aclarar que si bien hay una discusión sobre qué se puede considerar o no escritura femenina y todavía no se ha definido a ciencia cierta cuáles son los elementos que determinan si una escritura es femenina o no, existen varias teorías que apuntan a encontrar en los textos de las mujeres algunos rasgos comunes que llevan a pensar en la existencia de una conciencia de género que permea las letras de las mujeres.

Por otra parte, cuando a esa conciencia de género se le suma la conciencia de raza, la producción literaria se convierte en una institución, una herramienta ideológica que no sólo pone de manifiesto las coincidencias en las temáticas, tipos de personajes empleados en la narración, hablantes y oyentes líricos en la poesía, lenguaje empleado, ritmo en la narración, etc., sino que además se desprende en una propuesta identitaria y en una proclama colectiva.

Es así entonces como, en el caso de las escritoras afrocolombianas por ejemplo, encontramos interesantes elementos que les son comunes a la mayoría de ellas y que, además de representar su condición femenina, promueven su visibilización como escritoras y como mujeres negras, en el mapa de las letras colombianas hasta ahora cerrado para ellas.
La primera condición que reclaman para sí las escritoras es la de mujeres.

En la Antología de Mujeres Poetas Afrocolombianas, que a pesar de las críticas que pudieran hacérsele, constituye el texto que más escritoras afrocolombianas incluye, las poetas aquí compiladas utilizan a la mujer o a la niña como su principal hablante lírico, la protagonista, la voz. Esta figura obedece a que durante mucho tiempo las mujeres han sido acalladas en las letras y por lo tanto, al encontrar un espacio en el cual expresar su voz, no sólo se retratan a sí mismas  en voz  alta, sino que sientan una clara posición de su feminidad para tratar de borrar de la memoria colectiva los estereotipos e imaginarios impuestos sobre ellas por la sociedad patriarcal, como lo advierte Claudia Patricia Silgado en su poema cuando una mujer se desvela, quien señala:

Cuando una mujer se reconoce
Tenga usted la absoluta seguridad,
Es el viento que al soplar fuerte
Vuelve borroso el espejo en que se mira.

Siguiendo entonces con el primer elemento común de la escritura femenina en las escritoras afrocolombianas, tenemos que esa necesidad de ocupar un lugar protagónico en las letras, es además una necesidad de encontrar una identidad propia y una definición de su propio género. La misma poeta Silgado en su poema Este pánico que me confiesa, apunta:

Desnuda en plataforma
Sin pedir auxilio mis huesos.
Cada palabra
Se esconde
En mis propias manos;
La necesidad de descender como un alcatraz.
Zambullirme entera.
Descubrir la misma mujer
Reservada de amor
Llena de espectros y máscaras.
Mujer triste y huraña
llena de desconfianzas que brotan
sin identidades
para no exiliarme
de la mujer que me salva.

Como se puede apreciar en el poema, Silgado deja ver su preocupación por descubrirse a sí misma en la palabra, por desnudar su condición de mujer liberándose de la mujer que otros han creado y demandado que sea, tratando de identificarse con un yo que sea consecuente con lo que ella siente y piensa.

Pero esa identificación con la feminidad, esa necesidad de hablar en primera persona y ocupar un lugar protagónico en las letras no sólo se logra a través de la descripción de sí mismas, también lo hacen a partir de la personificación femenina que le dan a la naturaleza, a la tierra o al mundo, para encontrar una colegialidad en el universo con la cual compartir todos esos elementos identitarios y darles cierta trascendencia. Así, por ejemplo, la poeta Luz Colombia Zarcachenco de Gonzalez en su poema Divina Utría compara la ensenada del pacífico con una niña de espléndida belleza:

Divina Utría,
Desazón del alcatraz,
Púdica niña de mi litoral;
En tu fragor,
Aspé mi grito
Y en él
Quedó visado
Como una inminente protesta
Suscrita de la mar.
 Púdica niña de mi litoral,
¡Divina Utría!
Del agua,
Paloma
Y
Palomar.

En este poema, Zarcachenco emplea la imagen de una niña púdica para referirse a la belleza y limpieza de la ensenada y, aunque esta metáfora realmente no trasgreda el imaginario de la mujer como objeto de pureza si la rompe en relación con el estereotipo de la mujer afrocolombiana, quien siempre ha sido objeto de vejámenes y maltratos justificados en la fealdad y ausencia de pureza de la fémina de esta raza.

Por otra parte, es a su vez una imagen de una mujer que habla, que protesta, que se enseñorea en su territorio y por ende una mujer con libertades y con un estatus de poder, totalmente contrario al estereotipo de la pasividad y sumisión que se ha creado en torno a la figura femenina.

Por otro lado, en la escritura de las poetas afrocolombianas se asoma un segundo elemento muy común entre ellas que nos da indicios de ser clave en la escritura femenina: su relación con el cuerpo.

Por siglos, el cuerpo femenino ha sido el elemento identitario que más ha sufrido la vejación y por el cual la mujer ha sido acorralada en su propia condición femenina. El hombre, ya sea padre, hermano o esposo, ha ejercido el dominio de la mujer a partir del control sobre su cuerpo, su sexualidad y su relación con él.

En el caso de las mujeres afrocolombianas, el cuerpo fue visto como un lugar de profanación por parte del colonizador, del conquistador y del esclavista, quien justificado en su rol de poseedor y de superior tomó por la fuerza muchas veces el cuerpo de su esclava para satisfacer sus represiones sexuales, al considerar el cuerpo de la mujer negra como el elemento en el cual podía descargar sus perversidades pues no tenía la sacralidad del cuerpo de la mujer blanca. En lo que respecta a los hombres de su misma raza, la visión no varía mucho ya que si bien ya no se parte de la visión de pureza con respecto al cuerpo de la mujer negra, si se abroga el derecho de propiedad.

Es por esto que la mujer afrocolombiana en su poesía, no deja de lado su relación con el cuerpo, convirtiendo a este en tema obligado y recurrente dentro de la escritura femenina y en elemento clave para construir un nuevo concepto de identidad y de reconocimiento que rompa con los esquemas patriarcales y subyugadores que limitan la libertad femenina y la constriñen a ser un objeto de deseo para la satisfacción viril.

Por ejemplo, tomando de nuevo Luz Colombia Zarchachenko y su poema Suena mi cuerpo como un caracol, encontramos que la mujer afrocolombiana reconoce su sensualidad natural, pero la interioriza antes que exteriorizarla, no a manera de represión sino de encontrarle una esencia y una trascendencia, que va más allá de la sexualidad.

Suena mi cuerpo
como un caracol,
sale un eco profundo
desde mi interior.

Es que viene subiendo
como un gran tonel,
desde mi oceànico mundo,
mi angustia de mujer.

Como puede apreciarse en el poema de Zarcachenko, el cuerpo femenino de la mujer afro es el centro en el cual confluye toda su historia, su identidad, su sentir y su ser, ese ser angustiado por encontrar un lugar en el universo que le sea propio y que no sea violentado ni profanado.

El tercer elemento que podemos encontrar en la escritura femenina de las poetas afrocolombianas es su relación con el trabajo. En la historia del trabajo, dados los procesos de esclavización y demás que tuvieron que sufrir por largo tiempo, las mujeres afrodescendientes han tenido mayor protagonismo que las mujeres blancas y, por esta razón, es tema recurrente en su escritura. Las poetas describen el trabajo como un proceso angustioso, de lucha, pero también de fuerza, tesón y reivindicación social, pues es claro que han demostrado que para ellas no ha habido concesiones y su trabajo ha sido a la par que el de los hombres, de tal manera que el reconocimiento debería ser en las mismas condiciones y debería ser por medio del trabajo que se empezara a dar a la mujer afrocolombiana un lugar equitativo tanto en las páginas de la historia como en las distintas esferas de la sociedad.

Al respecto la poeta Zarcachenco reconoce muy bien esa labor en su poema las diosas del alba. Así:

Las diosas del alba

Las madres que madrugan
sonámbulas…
a buscar el maná
entre la humedecida arena,
las que salen al viento
con el calor de las sábanas
en la espalda marina
a buscar el secreto salado
de la escondida almeja
cuando la mar se va…
a la casa del tiempo,
son las diosas del alba.

Con esa sal vital,
se iluminan el alma
que el dolor ha oxidado.

Las madres que madrugan
sonámbulas…
son astros vagabundos
en los graos dorados


Para terminar,  concluiremos con un último elemento propio de la escritura femenina afrodescendiente, que es común no sólo entre las escritoras sino que es compartido con los poetas afrodescendientes a saber, éste es el concepto de raza, la relación con los orígenes.

En ese sentido pues, es clave entender que lo además de destacar una caracterización de elementos propios de su feminidad, la escritura de las mujeres afrocolombianas no alcanzaría el lugar de trascendencia que se necesita para ocupar un lugar visible y de reconocimiento en la literatura si a este no se le suma la conciencia racial. Pues ser mujer requiere una conciencia de identidad de género, pero ser mujer afrodescendiente requiere reclamar en la historia el lugar que fue usurpado y violentado incluso por nuestras mismas congéneres.

Es por esto que, en la escritura de las poetas afrocolombianas es recurrente la imagen de áfrica, la madre, la tierra origen, la relación con el muntú, con el pasado, con la diáspora. Todas las poetas, encuentran en el elemento africano el complemento de su identidad femenina que les permite reconocerse y reconocer a las otras y a los otros que le rodean, pero también su lugar en el mundo, el legado que deben heredar a las generaciones futuras para que no olviden sus raíces y procuren mantener en la descendencia el espíritu de su propia esencia, de su identidad.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el poema Canto mágico de la escritora MARÌA TERESA RAMÌREZ, quien escribe:

Del África vengo,
nieta del muntú,
del África soy; flor en el exilio,
mínima primavera del jardín Marrakech.

Mi cuerpo tambor dorado
curtido de soles,
tambor… canto bantù,
resuena en mares de sueños,
canto mágico de Luba y Nuba,
es su canto mi cantar.

Jirafa-alargándome-
en infinitos hilos.
Elefante-enhebrando agujas de marfil-
tejo praderas esperazandas
donde aùn rugen leones y leopardos.
Sol de Amboselly…
huellas en el Niokolokola
esperando mis huellas,
huellas caminadas por los Orishas…
tumba la voz abuela:
“¡Despertad!
Hijos y nietos del muntú”.

Ramírez parte en su poema de una relación con el origen África, al tiempo que se reconoce como heredera femenina de una tradición propia “nieta del muntú”, pero también ubica su papel en la historia, una historia triste y devastadora como lo es la esclavización pero al fin de cuentas una historia que no puede desconocer ya que gracias a ella se formó su identidad  como afrodescendiente, como resultado de la diáspora.

Por otra parte, alude a su relación con el cuerpo, como elemento significativo en la construcción de su condición femenina y señala el canto, como la forma de transmisión de su saber y su sentir, es decir muestra la importancia de las letras y de su condición de poeta como parte de su herencia ancestral y de su papel en el universo, papel que a su vez está orientado por una marcada espiritualidad que le fue también legada, como le fue legada a su compañero varón, quien debe acompañarla en su proeza.

En realidad el tema de la escritura femenina demanda mucho más que unas pocas páginas de discusión, hay mucho que analizar en las poetas y narradoras afrocolombianas para no sólo encontrar los elementos que se entretejen al interior de su escritura sino el diálogo que se interpela con la escritura de otras mujeres afrodescendientes en las Américas y en el resto del mundo.

Sin embargo, lo importante es que estos intentos de visibilización den cuenta de los procesos que se han ido llevando en la escritura para evidenciar la presencia de esta escritura y de estas escritoras con conciencia de género, de raza, de identidad, pero sobre todo con una calidad literaria que vale la pena ser conocida y promovida no sólo dentro de la academia sino en los distintos espacios que permitan el cambio en la mentalidad colectiva de la sociedad Latino y Norteamericana para generar así un tratamiento más equitativo y respetuoso para y con las mujeres afrodescendientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario